Thomas Bernhard – Maestros antiguos (fragmento sobre Heidegger)

25 de diciembre de 2008



(…) Stifter no describió en absoluto la Naturaleza, sólo cursificó. Toda la tontería de los hombres se muestra en el hecho de que, ahora, todos peregrinan a Stifter, a cientos de miles, y se arrodillan ante cada uno de sus libros como si cada uno de ellos fuera un altar. Precisamente por ese seudoentusiasmo me resulta la Humanidad repulsiva, dijo Reger, absolutamente repelente. En fin de cuentas, todo cae en lo ridículo o, por lo menos, en lo lamentable, ya puede ser tan grande o importante como se quiera, dijo. Realmente, Stifter me recuerda una y otra vez a Heidegger, ese ridículo burgués nacionalsocialista en pantalones bombachos. Si Stifter cursificó totalmente la gran literatura de la forma más desvergonzada, Heidegger, el filósofo de la Selva Negra Heidegger, cursificó la filosofía, Heidegger y Stifter, cada uno por su cuenta, a su manera, cursificaron desastrosamente la filosofía y la literatura. A Heidegger, detrás del cual corrieron las generaciones de la guerra y posguerra y al que cubrieron de un montón de repulsivas y estúpidas tesis doctorales cuando vivía aún, lo veo siempre en el banco en su casa de la Selva Negra, sentado junto a su mujer que, con su perverso entusiasmo por tricotar, le tricota ininterrumpidamente medias de invierno con la lana tundida por ella misma de las ovejas heideggerianas. A Heidegger no lo puedo ver más que en el banco de su casa de la Selva Negra, y a su lado a su mujer, que durante toda su vida lo dominó totalmente y le tricotó todas las medias y le hizo a ganchillo todos los gorros y le cocía el pan y le tejía las sábanas y hasta le fabricó unas sandalias. Heidegger era una cabeza cursi, dijo Reger, lo mismo que Stifter, pero sin embargo mucho más ridículo aun que Stifter, que al fin y al cabo era realmente una figura trágica, a diferencia de Heidegger, que fue siempre sólo cómico, tan pequeñoburgués como Stifter, tan desoladoramente megalómano, un débil pensador prealpino, según creo, muy adecuado para el puchero filosófico alemán. A Heidegger se lo han comido todos a cucharadas durante decenios con hambre voraz, más que a cualquier otro, así sus estómagos alemanes de germanistas y filósofos. Heidegger tenía un rostro ordinario, no un rostro inteligente, dijo Reger, era totalmente un hombre poco inteligente, carente de toda fantasía, carente de toda sensibilidad, un rumiante filósofo superalemán, una vaca filosófica constantemente preñada, dijo Reger, que pastaba en la filosofía alemana y sus coquetas boñigas. Heidegger era, por decirlo así, un filósofo estafador de novias, dijo Reger, que consiguió poner cabeza abajo a toda una generación de especialistas alemanes en ciencias filosóficas. Heidegger es un episodio repelente de la historia de la filosofía alemana, dijo Reger ayer, en el que participaron todos los alemanes dedicados a la ciencia y siguen participando aún. Todavía hoy no se ha calado por completo a Heidegger, sin duda la vaca heideggeriana ha enflaquecido, pero se sigue ordeñando la leche heideggeriana. Heidegger con sus pantalones bombachos de fieltro delante de su hipócrita blocao de Todtnauberg ha quedado para mí sólo como una foto desenmascaradora, el burgués pensador con el gorro negro de la Selva Negra en la cabeza, en la que al fin y al cabo sólo se cocía una y otra vez la imbecilidad alemana, así Reger. (…)



Trad.: Miguel Sáenz
Transcripto de págs. 56 y ss.
Madrid, Alianza Editorial, 1991
Foto: Thomas Bernhard, 1969 Obernathal

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